No voy a abundar en detalles de lo que sucedió aquella tarde porque la envidia es un sentimiento pernicioso, pero recordarán que Estefanía Vilte era la actriz que había encarnado a Blanca en la tira televisiva de Pierro y Solón, y que pese a los años, al ir a entrevistarla en su casa de Ciudad de Nievas la encontré de la misma edad que había tenido entonces, hace de eso ya tal vez cincuenta años.
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No voy a abundar en detalles de lo que sucedió aquella tarde porque la envidia es un sentimiento pernicioso, pero recordarán que Estefanía Vilte era la actriz que había encarnado a Blanca en la tira televisiva de Pierro y Solón, y que pese a los años, al ir a entrevistarla en su casa de Ciudad de Nievas la encontré de la misma edad que había tenido entonces, hace de eso ya tal vez cincuenta años.
Con una sonrisa que apenas se ensanchó bajo su cabellera oscura, se sentó en el borde de la cama, sacó un cigarrillo del atado que tenía en la mesita de luz y caminó lenta hacia la cocina, creo que tanto como para que la viera andar. La inmediatez de los cuerpos y la sorpresa me habían hecho olvidar el tema, que al fin de cuentas seguía siendo el de esa bella mujer que ya debía tener más de setenta pero apenas parecía acariciar los treinta. De todos modos, el tema de las mujeres, las edades y el paso del tiempo es algo que por cortesía no se toca, así que acudí a su llamado a desayunar.
Llevaba entonces una remera mía por vestido y cierta timidez, al servir el café en las tazas, cuyo temblor la engalanaba. De lejos se escuchaba la cumbia de un vecino, pero no me importó y dejé que repasara mi nuca con sus uñas y me besara los labios. De alguna manera me sentí mal por Pierro, porque esa muchacha sería su esposa con el correr del tiempo, pero la verdad es que en esa ocasión no me hice caso como tantas otras veces en la vida en las que el placer vence a la prudencia. Tampoco, es la verdad, tenía apuro esa mañana.