Aurelia Cintitas y Bautisto Solón entraron a la casa de Blanca y el comisario Pierro donde pasábamos las horas contándonos cuentos. La luz matinal, que entraba por el ventanal que daba al patio, resaltaba los rasgos andinos de Solón, tiñendo matices y marcando sus cortes cuando miraba enamorado a la muchacha.
inicia sesión o regístrate.
Aurelia Cintitas y Bautisto Solón entraron a la casa de Blanca y el comisario Pierro donde pasábamos las horas contándonos cuentos. La luz matinal, que entraba por el ventanal que daba al patio, resaltaba los rasgos andinos de Solón, tiñendo matices y marcando sus cortes cuando miraba enamorado a la muchacha.
Ella estaba sentada a la mesa con su cabellera aclarada por el sol. Las caricias del día se le posaban en los hombros, tímidamente caídos, mientras la mirada recaía sobre el mantel de la mesa, alzó la vista y con una voz muy suave y dulce empezó a contarnos un recuerdo de su infancia. Ustedes disculpen, pero como pasábamos el rato y nadie hablaba desde que la dueña de casa nos sirviera el café, pensé que podía entretenerlos con mi memoria, nos dijo y todos asentimos agradecidos. Recordamos que Blanca nos dijo que Aurelia describía la música como si entonces pudiéramos escucharla, del mismo modo los hechos relatados se volvían melodía.
Describió un suburbio tropical que imaginé catamarqueño, algunos arbustos brutalmente húmedos y la ruina de lo que fuera una casa humilde. Por allí pasaban los hombres que venían de la orilla, y allí se toparon con los del centro. Hubo algunas amenazas y la alegría de la gresca, esa euforia viril y brutal. Podría haberlo olvidado, dijo Aurelia con tono suave, pero las imágenes me quedaron grabadas como si algo me uniera a alguno de los que peleaban, vaya a saberse por qué causa. No recuerdo quien, pero alguien dijo que más que un motivo, la pelea dignifica cualquier excusa.