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21 de Julio,  Jujuy, Argentina
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Laberintos humanos. Cigarrillo imaginario

Miércoles, 12 de julio de 2017 22:47

 

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Cuando Nicómedes se marchó, Armando levantó la taza de té amargo, para la que se daba el lujo de gastar un saquito entero, me miró con una sonrisa de sobrada picardía y me preguntó si alguna vez me había contado la historia del tontito que repartía doblones de plata. No, le dije aunque acaso me equivoqué.

Armando se enderezó en su silla, pitó de un cigarrillo imaginario, se acomodó el nudo del pañuelo y me confesó que al comienzo sólo lo supieron los ebrios, por eso era que los almacenes no dejaban de venderles vino con gaseosa.

Se machaban, se dormían en las veredas o en los bancos de las plazas, se lavaban con las mangueras con que las vecinas limpiaban las entradas de sus casas o con los sapitos de los jardines, se alisaban los cabellos con las palmas de sus manos, silbaban como quien no quiere la cosa y sólo los muy suspicaces notaban que no precisaban trabajar para volver al almacén.

Caminaban hacia la parte más humilde del barrio, esquivando los ladridos de algún perro atrevido o el barro de un pozo ciego desbordado y hacían como que bajaban por el huayco pero, en realidad, entraban tras unos matorrales donde vivía el tontito en una habitación poco más grande que una letrina.

Buenas, le decían con las manos en los bolsillos como si alguien no supiera a qué iban, se sentaban a su lado, le pasaban el brazo amigables sobre el hombro y el tontito metía la mano en un pozo, sacaba uno o dos doblones y se los daba. El borrachito seguía allí un rato más por compromiso, se despedía y de regreso al almacén.

 

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