Nos fuimos a dormir, y recién al otro día supimos que Amadeo Don subió al coche del remisero para vivir una aventura, interrumpiendo con ello esta sana costumbre de compartir los asombros y sorpresas en cofradía. Pero no es que lo hayamos elegido así, dijo el tachero, es algo más bien que nos sucedió.
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Nos fuimos a dormir, y recién al otro día supimos que Amadeo Don subió al coche del remisero para vivir una aventura, interrumpiendo con ello esta sana costumbre de compartir los asombros y sorpresas en cofradía. Pero no es que lo hayamos elegido así, dijo el tachero, es algo más bien que nos sucedió.
Todos los cuentos que nos suceden son, justamente, situaciones en las que nos vemos inmersos más allá de nuestra voluntad, quiso quejarse Armando haciendo referencia a las crónicas que ustedes leen en estos Laberintos Humanos, pero de un modo u otro (porque hay quienes dicen que la materia del mundo es tal como la de los sueños) Amadeo Don y el remisero tenían derecho a vivir una aventura propia.
Si no quieren, no se las cuento, dijo el remisero haciendo pucheros como un niño, pero don Braulio, que perdió las mañas pero no la curiosidad, le dijo que no sea zonzo, amigo, que lo que le recrimina don Armando son puros celos. Pero nosotros no somos más que amigos, se atajó don Don ruborizado para que don Braulio le aclare que, los de amigos, son los peores celos.
Ya les voy a contar una historia alusiva, les dijo don Braulio, pero por ahora es tiempo de que ustedes cuenten la suya. Vea que subimos para Villa Florida cuando vimos a dos almitas escapándose entre los árboles, dijo Amadeo Don y Armando, en vez de preguntar qué hacían por esos lados, quiso saber cómo supieron que eran almitas.
Eso fue lo que me preguntó el remisero, dijo don Don, pero uno las reconoce como por la cola sabe que es zorro y no perro.