Carla Cruz se había sentado junto al tronco del molle y el sol le acarició los cabellos atravesando las ramas cargadas de hojitas verdes. Entonces Carla Cruz creyó que ese era el fin de su camino porque había alcanzado la paz, pero su teléfono celular le vibró en el bolsillo del sobretodo y ella levantó la tapa hasta que el Abuelo Virtual se configuró en su pantalla.
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Carla Cruz se había sentado junto al tronco del molle y el sol le acarició los cabellos atravesando las ramas cargadas de hojitas verdes. Entonces Carla Cruz creyó que ese era el fin de su camino porque había alcanzado la paz, pero su teléfono celular le vibró en el bolsillo del sobretodo y ella levantó la tapa hasta que el Abuelo Virtual se configuró en su pantalla.
Veo que conociste al molle y escuchaste lo que tenía para decirte, le dijo el Abuelo. Ahora es tiempo de que sigas tu camino. Cada quien tiene su camino, le dijo el Abuelo Virtual a Carla Cruz y ella lo escuchó sorprendida porque pensaba que había aprendido la lección del árbol.
El molle te contó cómo hizo él para alcanzar la paz, le dijo la voz metálica de su celular, pero esa paz es la suya, no la tuya. ¿De qué le puede servir a una muchacha imitar a un árbol? Jamás tendrás decenas de ramas para abrazar, ni cientos de hojas ni flores ni frutos, ni tronco ni raíz. Tu camino es otro.
Ni siquiera puede ser el camino de otra gente, le dijo. Cada quien tiene el suyo, concluyó y Carla Cruz comenzó a caminar alejándose de la banda del arroyo en la que quedaba quieto el molle con sus ramas frondosas acariciadas por el sol y por la brisa.
Y mientras andaba pensaba en lo que pudo haber sido de Pablo, Pedro y Esteban Franco, que dejó peleando contra los Varela en las ruinas de hierro y vidrio del edificio abandonado de Huichaira, y pensó en ese sentimiento que le había brotado en el alma hacia Pablo, algo que llamaba amor aunque no supiera bien qué era.