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12 de Septiembre,  Jujuy, Argentina
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Turbio y hediondo

Martes, 11 de diciembre de 2012 20:08

Pero antes de ser expulsado del último miserable almacén donde cantaba, con su poca voz, la Arruyo de falda alzada y de cadera angosta, el hombre se enterneció con una canción que, por más que la escuchaba en cada una de sus presentaciones, le llegaba siempre al corazón. Era, como supondrán, una historia de amor turbio y hediondo al mismo tiempo.

 

Trataba de una jovencita de la villa que iba a trabajar en una casa de familia en la ciudad. La canción no daba su nombre, sólo decía La Chinita, que también era su título, pero nosotros diremos que se llamaba Paloma.

 

Paloma se arreglaba cada mañana mirándose al pequeño espejo redondo colgado de la chapa de la pared, pero no lo hacía como las otras para deslumbrar al hijo de los patrones. A ella le gustaba un jardinero que, cuando creía que nadie lo miraba, se sacaba la remera y cortaba el césped contorneando su musculatura.

 

La canción tampoco dice su nombre, pero pongamos que se llamaba Luis, y mientras la Paloma pasaba un plumero por los sillones, una franela por la madera de los muebles o barría desinteresada de la polvareda, lo miraba por la ventana y suspiraba, y las otras muchachas que servían en la casa se le  burlaban: vean por quien suspira la Paloma.

 

Y decían: es mucho más sabroso el hijo de los patrones, que además te da un buen regalo después de una sonrisa. Pero la Paloma las miraba con su gesto despectivo, volvía a suspirar y a su tarea mientras el Luis cortaba el césped, y el hijo de los patrones elegía a la empleada con la que pasar la siesta.

 

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