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La paciencia, una gran virtud

Viernes, 25 de julio de 2025 01:00

Vivimos tiempos de inmediatez, de respuestas rápidas, de mensajes instantáneos, de resultados urgentes. Todo parece empujarnos hacia el "ya", como si esperar fuera una pérdida de tiempo.

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Vivimos tiempos de inmediatez, de respuestas rápidas, de mensajes instantáneos, de resultados urgentes. Todo parece empujarnos hacia el "ya", como si esperar fuera una pérdida de tiempo.

Sin embargo, en medio de esa velocidad externa, hay una virtud silenciosa, profunda y poderosa que resiste con firmeza: la paciencia.

Y no es pasividad, no es resignación ni quietud vacía. Es una fuerza serena que nos invita a confiar en los procesos, a habitar los ritmos naturales de la vida sin forzar, a sostenernos con presencia cuando aún no vemos los frutos pero ya los estamos sembrando. Es, en esencia, una forma de amar.

Practicar la paciencia es, muchas veces, un acto de humildad. Es reconocer que no todo está bajo nuestro control, que las personas no cambian a nuestro ritmo, que las respuestas no siempre aparecen cuando las pedimos. Es aceptar que el universo -o la vida, o el alma, o como cada quien quiera nombrarlo- tiene sus propios tiempos, y que esos tiempos, por más que nos cueste, suelen ser los justos y necesarios.

En mi camino personal, aprendí que la paciencia va muy de la mano con el amor. Amar con paciencia es esperar sin exigir. Es mirar al otro -y a uno mismo- con ternura, incluso cuando hay errores, dudas o silencios. Es sostener sin invadir, acompañar sin apurar, confiar sin imponer.

Cuántas veces, en los vínculos más cercanos, se nos presenta el desafío de esperar que el otro madure una idea, atraviese una emoción, procese un cambio. Y ahí estamos, latiendo junto al tiempo del otro, respirando profundo para no correr donde hay que caminar.

La paciencia también es esencial en los procesos internos. No podemos pedirnos transformación inmediata. Cambiar hábitos, sanar heridas, comprender historias, aprender a responder distinto... todo eso lleva tiempo. Lleva tropiezos, recaídas, intentos, pausas. Y allí, la paciencia aparece como una aliada compasiva. Nos dice: "seguí", aunque sea despacio. "Estás aprendiendo", aunque aún no lo sientas. "Ya vas a llegar", aunque no sepás bien adónde.

Desde la mirada gestáltica, ser pacientes con nuestro propio proceso implica darnos cuenta de cómo estamos, sin juzgarnos. Es sostener la frustración de no entender todavía, de no poder aún, de no saber qué queremos exactamente. Es abrazar el proceso tal como es, sin buscar que sea distinto, sin querer que sea más rápido. Solo estar con lo que hay, mientras todo se acomoda. Hay algo profundamente liberador en eso. En dejar de luchar contra el tiempo. En soltar la ansiedad por el resultado. En permitirnos vivir el momento presente sin exigirnos un futuro inmediato. Porque muchas veces, lo que necesitamos no es una respuesta urgente, sino la posibilidad de habitar el camino con conciencia, con apertura y con fe.

La paciencia también tiene algo de sabiduría ancestral. Las culturas originarias, los ciclos de la naturaleza, los procesos del cuerpo humano... todo nos muestra que hay ritmos que no se pueden acelerar sin lastimar. Que hay frutos que solo maduran cuando es el tiempo. Que hay flores que no se pueden forzar a abrir. Y sin embargo, en esta cultura del "todo ya", se nos hace difícil aceptar esos ritmos. Queremos sanar rápido, crecer rápido, perdonar rápido, entender rápido. Pero la vida no siempre responde a esa lógica. Y quizás por eso, practicar la paciencia sea también un acto de rebeldía amorosa. Una forma de honrar nuestros procesos, nuestros duelos, nuestros aprendizajes. Una manera de decir: "Confío. Espero. Respiro. Sigo". La paciencia consiste en soportar con fortaleza los contratiempos o las dificultades que se nos presentan sin lamentarnos o quejarnos. Es un rasgo de carácter que nos permite pasar por situaciones caóticas sin derrumbarnos, nos permite educar a nuestros hijos sin gritos y aceptar a los compañeros de trabajo sin deprimirnos, entre muchas otras cosas.

Uno de los grandes obstáculos que impiden el desarrollo de la paciencia es la impaciencia, el no poder lidiar con obtener resultados negativos o que no son los esperados, sin detenerse a considerar las posibilidades reales de éxito, el tiempo y esfuerzo requeridos para alcanzar el fin.

La paciencia como valor es sinónimo que indica lentitud y tardanza en la ejecución de algo, esto significa esperar detenidamente a que aquello que estas esperando se materialice. En consecuencia, el acto de ser paciente significa ser perseverante en relación a algo que no tiene una fecha para concretarse.

La persona que vive el valor de la paciencia, posee la sensibilidad para afrontar las contrariedades conservando la calma y el equilibrio interior, logrando comprender mejor la naturaleza de las circunstancias generando paz y armonía a su alrededor.

Hasta el ser más imperativo de la vida presenta un grado de paciencia en su manera de ser, aun cuando es sinónimo de lentitud, también es sinónimo de calma, serenidad y tolerancia.

Es la capacidad de aprender a valorar y disfrutar las cosas, nada conseguido rápidamente ofrece una gratificación duradera, la paciencia da resultados muchos más duraderos, mucho más complacientes. Es un rasgo de personalidad prudente. Es la virtud de quienes saben sufrir y tolerar las contrariedades y adversidades con fortaleza y sin lamentarse. Esto hace que las personas que tienen paciencia sepan esperar con calma a que las cosas sucedan, ya que piensan que las cosas que no dependan estrictamente de uno, se les debe otorgar tiempo.

La paciencia no es solo esperar, sino cómo esperar. La forma en que manejamos nuestros pensamientos y emociones mientras esperamos es lo que realmente determina nuestro bienestar. Es importante porque nos ayuda a mantener la estabilidad emocional, a tomar decisiones más reflexivas y a disfrutar del proceso en lugar de enfocarnos solo en el resultado final.

Además, cultivar la paciencia nos permite mejorar nuestras relaciones interpersonales, ya que nos ayuda a ser más comprensivos y empáticos hacia los demás. He comprobado, una y otra vez, que lo que llega cuando se lo espera con paciencia suele ser más profundo, más verdadero, más enraizado. Porque no llegó empujado, sino acompañado. No se impuso, sino que fue recibido. No se apuró, sino que se honró.

La paciencia nos enseña a mirar distinto, a escuchar más hondo, a amar sin condiciones. Nos enseña que todo lo valioso lleva tiempo, que todo lo importante necesita espacio para desplegarse. Y que nuestra tarea no es acelerar la vida, sino estar disponibles para cuando ella nos convoque.

Tal vez no haya aprendizaje más transformador que este: saber esperar, sin perder la esperanza. Namasté. Mariposa Luna Mágica.

 

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