Bendecir nuestra existencia es un acto silencioso, casi íntimo, que nace del reconocimiento profundo de lo que somos y de todo lo que hemos vivido.
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Bendecir nuestra existencia es un acto silencioso, casi íntimo, que nace del reconocimiento profundo de lo que somos y de todo lo que hemos vivido.
No se trata de negar las dificultades, ni de romantizar el sufrimiento. Se trata de mirar nuestra vida con ojos nuevos, de detenernos por un instante y decir: "esta historia, con todo lo que trae, merece ser honrada". Porque hemos caminado entre luces y sombras, porque hemos sentido la alegría del amor y también la herida de la pérdida, porque estamos aquí, de pie, respirando, a pesar de todo.
No implica decir que todo ha sido justo o fácil. Hay dolores que aún pesan, vacíos que no se llenan, preguntas sin respuesta. Pero incluso eso forma parte del misterio que somos.
La existencia es una trama tejida con hilos de esperanza y de duda, de certezas que se deshacen y de aprendizajes que llegan tarde, pero llegan. Y reconocer eso, sin juicio, sin reproche, es ya un paso hacia la reconciliación con nosotros mismos. Es soltar la exigencia de tenerlo todo resuelto y empezar a vivir desde la aceptación amorosa.
Muchas veces vivimos mirando hacia afuera, comparando nuestras vidas con las de otros, creyendo que nos falta algo para merecer estar en paz. Pero la paz no llega con lo que acumulamos ni con lo que aparentamos. Llega cuando dejamos de pelear con nuestra historia. Cuando entendemos que cada uno tiene su camino, su ritmo, sus heridas y su modo de sanar.
Bendecir nuestra existencia es también soltar esa lucha interna, darnos permiso para sentir orgullo por lo que hemos atravesado, aunque nadie lo sepa, aunque nadie lo vea. Cada persona lleva dentro una colección de momentos invisibles. Batallas libradas en silencio, decisiones difíciles, pérdidas asumidas con entereza, pequeños actos de amor que nadie aplaudió pero que hicieron la diferencia. Y todo eso merece ser bendecido. No por vanidad, sino por dignidad. Porque cuando reconocemos el valor de nuestra existencia, sin adornos ni filtros, nos volvemos más humanos, más compasivos, más presentes. Y empezamos a mirar a los demás con esa misma comprensión.
También es hacernos responsables de nuestra existencia. Dejar de vivir en automático. Preguntarnos con honestidad si estamos siendo fieles a lo que sentimos, si estamos habitando esta vida desde la verdad o desde el miedo.
No podemos cambiar lo que ya fue, pero sí podemos elegir cómo seguimos. Y esa elección es un acto sagrado. Porque cada día nos da la oportunidad de crear algo distinto, de sanar lo que aún duele, de agradecer lo que sí está.
A veces creemos que para agradecer la vida hay que esperar a que todo esté bien, a que nada duela, a que todo se acomode. Pero la vida rara vez es perfecta. Y aun así, es maravillosa en su imperfección.
Hay belleza en una tarde tranquila, en una conversación sincera, en una lágrima compartida. Hay belleza en volver a intentarlo, en pedir perdón, en soltar lo que ya no.
Bendecir nuestra existencia es aprender a ver esa belleza, aunque sea mínima, aunque cueste. Es decir: "esto que tengo hoy, por pequeño que sea, es parte del milagro de estar vivo". En tiempos de ruido, de prisa, de exigencias desmedidas, es un acto de resistencia. Es frenar por un momento y reconocer lo que ya somos, sin necesitar demostrar nada. Es mirarnos con ternura, con respeto, con gratitud. Y desde ese lugar, empezar a vivir con más intención, con más presencia, con más amor por lo simple y lo verdadero.
Hoy, más que nunca, necesitamos volver a ese gesto esencial: bendecir nuestra existencia. No para conformarnos, sino para fortalecernos. No para negar el dolor, sino para recordar que, incluso en medio de él, hay vida, hay posibilidad, hay luz. Y que esa luz empieza a brillar más cuando dejamos de mirar nuestra vida con juicio y empezamos a verla con compasión.
Porque al bendecir lo que somos, también aprendemos a cuidar mejor de lo que podemos llegar a ser. Namasté. Mariposa Luna Mágica.