Por Ligia Dione Miralles
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Por Ligia Dione Miralles
La vida es un constante fluir, un río de experiencias que nos lleva por caminos inesperados, algunos placenteros y otros desafiantes. Sin embargo, muchas veces nos aferramos a la ilusión de control, creyendo que si planificamos lo suficiente, si prevenimos cada obstáculo o si nos esforzamos al máximo, podremos evitar el dolor y asegurarnos la felicidad.
Esta búsqueda de seguridad absoluta nos genera más sufrimiento que bienestar, porque la naturaleza de la vida es el cambio, y resistirse a ello solo nos llena de frustración, ansiedad y desgaste emocional.
Aprender a fluir con la vida no significa resignarse o adoptar una actitud pasiva. Tampoco implica dejar de tener metas o propósitos. Más bien, se trata de encontrar un equilibrio entre el deseo de dirigir nuestra vida y la capacidad de aceptar lo que escapa a nuestro control.
Es aprender a bailar con las circunstancias en lugar de luchar contra ellas, confiando en que, aunque el camino no siempre sea como lo imaginamos, podemos encontrar en él oportunidades de crecimiento y plenitud.
Uno de los principales obstáculos para fluir con la vida es la resistencia. Nos resistimos al cambio, al dolor, a lo inesperado. Queremos que las cosas sean de cierta manera y, cuando no lo son, nos frustramos. Esta resistencia nos mantiene atrapados en el sufrimiento porque nos impide ver lo que realmente está ocurriendo. Nos hace aferrarnos a lo que ya no tiene sentido o tenerle miedo a lo desconocido. Sin embargo, la vida no se detiene por nuestra resistencia. Sigue avanzando, con o sin nuestro consentimiento.
Aceptar la realidad tal como es, sin juicios ni expectativas rígidas, es un primer paso para aprender a fluir. Esto no significa conformarse con situaciones que nos dañan o dejar de actuar para mejorar nuestra vida. Más bien, significa ver las cosas como son, sin distorsionarlas con nuestras propias creencias o deseos. La aceptación nos permite tomar decisiones más conscientes, en lugar de reaccionar desde la negación o la lucha constante.
Otro aspecto fundamental del fluir con la vida es la confianza. Cuando confiamos en que todo ocurre por una razón, aunque no siempre la comprendamos de inmediato, dejamos de vivir con miedo y empezamos a abrirnos a nuevas posibilidades. Esta confianza no implica que todo será fácil o placentero, sino que sabemos que incluso los desafíos tienen un propósito y que podemos aprender de cada experiencia.
Para cultivar esta confianza, es útil observar nuestra propia historia y reconocer cómo los momentos difíciles nos han transformado.
Muchas veces, lo que en su momento parecía una pérdida, un fracaso o una desviación del camino ideal terminó llevándonos a algo mejor o fortaleciéndonos de maneras inesperadas. Recordar esto nos ayuda a soltar el miedo al futuro y a vivir con más serenidad.
Además de la aceptación y la confianza, otra clave para fluir con la vida es la flexibilidad. La rigidez nos impide adaptarnos a los cambios y nos hace sufrir cuando las cosas no salen como queremos. En cambio, la flexibilidad nos permite encontrar nuevas maneras de responder a lo que ocurre, ajustándonos a las circunstancias en lugar de aferrarnos a un solo camino. Ser flexibles no significa que no tengamos principios o valores firmes, sino que estamos abiertos a modificar nuestros planes cuando es necesario, a explorar opciones diferentes y a ver las dificultades como oportunidades para crecer.
La vida está llena de imprevistos, y nuestra capacidad de adaptarnos a ellos determina en gran medida nuestra paz interior.
Una herramienta poderosa para aprender a fluir con la vida es la práctica de la presencia. Muchas veces, nuestra ansiedad proviene de estar demasiado enfocados en el futuro o atrapados en el pasado. Nos preocupamos por lo que podría ocurrir o lamentamos lo que ya pasó, perdiendo de vista el único momento en el que realmente podemos actuar: el presente. Practicar la presencia significa estar atentos a lo que sucede aquí y ahora, sin distraernos con pensamientos innecesarios. Esto nos ayuda a responder con más claridad y serenidad ante las situaciones, en lugar de reaccionar impulsivamente.
Podemos desarrollar esta habilidad a través de la meditación, la respiración consciente o simplemente prestando más atención a nuestras acciones diarias. Fluir con la vida es, en última instancia, un acto de amor propio. Es tratarnos con compasión, permitirnos vivir sin tanta presión y abrirnos a la magia de lo inesperado.
Cuando dejamos de resistirnos y aprendemos a confiar, descubrimos que la vida no es algo que debemos controlar, sino algo que podemos experimentar con apertura y gratitud. Cada día nos ofrece la oportunidad de practicar este arte. No se trata de hacerlo perfecto, sino de recordarnos, una y otra vez, que la verdadera paz no viene de tratar de controlar la vida, sino de aprender a navegar sus corrientes con confianza, flexibilidad y presencia. Cuando logramos esto, dejamos de pelear con la realidad y empezamos a vivir con más ligereza y plenitud. Namasté. Mariposa Luna Mágica.