En los primeros meses del 2013, Antonella Ramos era una adolescente jujeña de 17 años que asistía a quinto año de Emdei como alumna regular. Al pasar el tiempo, fue sintiendo severos dolores de cabeza junto a un sueño permanente. Como la situación se repetía, un médico inició el control del caso.
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En los primeros meses del 2013, Antonella Ramos era una adolescente jujeña de 17 años que asistía a quinto año de Emdei como alumna regular. Al pasar el tiempo, fue sintiendo severos dolores de cabeza junto a un sueño permanente. Como la situación se repetía, un médico inició el control del caso.
"Lo primero que me dijeron era que el problema de ella era por la vista y que por eso podía ser el dolor de cabeza. La llevé al oculista y seguía igual, me dijo que la haga ver con un cardiólogo que tal vez sea problema de presión arterial o que la vea un clínico. Una psicóloga habló conmigo y me dijo que tenía que ir a terapia", detalló Gladis Ramos, madre de Antonella. Pero la joven seguía durmiéndose hasta babear. "El clínico me pide que se haga un eco doppler, pero el aparato no marcaba nada", contó.
Hasta eso, la conducta de la adolescente cambió radicalmente. Y las alucinaciones, los cambios de carácter y amenazar que se quería matar, preocuparon aún más a su mamá.
Los dolores de cabeza no cesaron y entonces juntas -madre e hija- viajaron a Córdoba para buscar nuevas respuestas. Allí se concretaron estudios neurológicos con base en una resonancia debido a la situación de urgencia. "Me decían que era un problema de presión, pero en realidad no era eso", explicó dolida Ramos ante la inestabilidad mental. "Ella veía cosas de yeso que se movían, cantaba y pedía monedas", contó.
La circunstancia fue difícil de atravesar para esta madre, quien como una protectora incondicional, acompañaba y cuidaba a su hija en todo momento. Hasta que un nuevo diagnóstico se supo. "El médico dijo que tenía inflamado el cerebro y estaba tocando el cráneo, eso hacía que ella tenga este problema y que necesitaba urgente la derivación para inducirla a un coma porque su cerebro estaba muy inflamado y no dormía. Hablaba cosas muy fuertes y teníamos que esconder las cosas de metal", aseguró.
El especialista le proporcionó corticoides y la envió a un psiquiatra que recetó gran cantidad de pastillas para calmar sus crisis que llegaban al punto de perder la razón. "La llevé a una psicóloga juvenil y me dijo: 'Ella es una caprichosa' y que 'no era nada', que le imponga una buena penitencia y nada más", explicó Ramos que luego recordó cómo en una ocasión la ataron en el hospital debido a los episodios que sufría.
El camino las conduciría en "La docta" al sanatorio "Allende" que le abrió sus puertas. "Se me partía el alma verla. Una vez se quiso ahorcar con la manguera de la ducha o me tiraba de los pelos, le quería pegar a las enfermeras y tenía mucha fuerza", dijo conmovida. Es así que a través de estudios especializados, se determinó que se trataba de encefalitis aunque no podían identificar el tipo, con exactitud.
El amor de una madre surgió con más fuerza de Gladis quien se convertiría en una investigadora de la patología. Así, logró contactar a un grupo venezolano que aborda la patología y fue nexo directo al médico neurólogo experto en oncología y encefalitis, Josep Dalmau. Luego de extraer líquido cefalorraquídeo de la joven, el especialista llegó a la conclusión que se trata de una encefalitis límbica autoinmune. "Es una secuela de la mala praxis y perder tanto tiempo sin una respuesta concreta", explicó Ramos. Como producto de este diagnóstico, Antonella presenta serias secuelas, ya que no razona, tiene pérdida de memoria a corto y a largo plazo, ataques de pánico, crisis y psicosis, además de temblores y contracciones musculares intermitentes. Es una enfermedad que conlleva un tratamiento con fármacos similares a los que se utilizan para la quimioterapia en pacientes oncológicos.
Desde 2013 y hasta el año 2018, estuvo internada en rehabilitación y debido a las pastillas aumentó de peso, de 57 kg a 100 kg. "Se siente culpable y cuando no le gusta algo, inventa cosas. Entendí esa bipolaridad. Hoy tiene 27 años pero es como una chica de 16", explicó. No obstante, la joven asistió a cursos de cocina, donde si bien aprendió en el momento, de alguna manera es una terapia que la ayuda a focalizarse en una actividad. "La encefalitis de mi hija se podría haber tratado mejor, Jujuy debe mejorar en salud. Se tardó en conocer un diagnóstico porque no había aparatología para saber su estado", dijo Gladis Ramos quien hoy sigue en la lucha por el bienestar de Antonella. "Teniendo fe e investigando sola, logré salvar a mi hija", finalizó esperanzada.