Vea, le dijo el comisario al hombre que le aseguraba que el mundo andaba mal porque ese niño estaba triste. Podría aceptar que estuvo el día en el que se le dieron nombres a todas las cosas, capaz que en el Génesis aparezca su nombre, pero no creo que el maestro acepte que tenga derecho a decir que el niño habla bien.
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Vea, le dijo el comisario al hombre que le aseguraba que el mundo andaba mal porque ese niño estaba triste. Podría aceptar que estuvo el día en el que se le dieron nombres a todas las cosas, capaz que en el Génesis aparezca su nombre, pero no creo que el maestro acepte que tenga derecho a decir que el niño habla bien.
Lo imaginé, le respondió con una tristeza evidente. Usted disculpe que lo moleste con este asunto, dijo, era la última chance que tenía para alegrar al niño. Soy sólo un comisario, le dijo Pierro a modo de disculpa. Bueno, dijo el hombre poniéndose de pie, al menos hice el intento. Pierro entonces nos contó que lo vio irse con paso lento, casi arrastrando los pies, como si esperara que se le ocurriera una solución y fuera a llamarlo antes de llegar a la calle.
Si le hubiera pedido el documento, pensó Pierre Donadou Quispe, hoy sabríamos si ese hombre no era realmente Adán. Blanca rio imaginando que ese DNI debería ser el número 1, y el padrecito agregó que acaso le respondiera al comisario que era un hombre de poca fe por no creer en su palabra. Ni le creí ni dejé de creerle, nos dijo Bautisto Pierro, pero pensé que esa preocupación por ese niño, esa certeza de que la tristeza del niño señalaba que el mundo andaba mal, lo redimía del pecado original. ¿Y no quiso saber quién era ese niño? ¿No tuvo la inquietud de seguir a ese hombre para saber algo más?, le preguntó el padrecito. No, le respondió el comisario, sentí mucho miedo de que todo fuera una mentira y preferí dejarlo ahí.