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Laberintos Humanos: Belleza oculta

Lunes, 05 de octubre de 2020 01:00

Pero compartir el gusto por la obra trunca de Querencio Sinitati no alcanza para fundar un amor, siguió diciendo Blanca, si no fuera en tiempos de cuarentena, cuando Bautisto Solón estaba impedido de seguir viajando sin rumbo por la vida. Así fue que comenzó a frecuentar la mesa solitaria de Aurelia Cintitas.

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Pero compartir el gusto por la obra trunca de Querencio Sinitati no alcanza para fundar un amor, siguió diciendo Blanca, si no fuera en tiempos de cuarentena, cuando Bautisto Solón estaba impedido de seguir viajando sin rumbo por la vida. Así fue que comenzó a frecuentar la mesa solitaria de Aurelia Cintitas.

Todos notaron que la Aurelia se engalanaba más a cada comida, brillando como nunca se la viera y generando la envidia de aquellos otros vecinos por los que nunca mostró su belleza oculta. Solón, por su parte, sólo podía descollar con el ingenio de sus relatos, siempre sabios, porque apenas si tenía el trajecito de sastre que siempre usaba. Se cuenta de una siesta en la que desataron una pasión de la que jamás nadie los creyó capaz, y en menos de una semana le pidieron al dueño del almacén que los alojara ya en un solo cuarto, aquel cuya ventana daba al lado del gallinero, cuyas aves fueron los únicos testigos de un romance inesperado.

Dicen que, pese a vivir en pareja, Solón no perdió del todo esa agudeza de ingenio que le conociera el comisario Pierro, aunque debió conseguirse un empleo en la funeraria del pueblo, nos contaba Blanca y Pierre Donadou volvió a preguntar si es que era cierto que semejante historia, tan plagada de detalles, era sólo lo que ella imaginaba como aseguraba hacerlo. No es culpa mía que me lo imagine de ese modo, le respondió la mujer del comisario con algo de modestia porque, hasta el momento, quien ingeniaba los mejores relatos era su marido, que la escuchaba asombrado.

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