Cortesia
Buen día!
Hay una vieja anécdota que siempre mantiene actualidad. Sirve, entre otras cosas, para un examen de conciencia personal. Un grupo de periodistas argentinos vuelva a Etiopía y pregunta a un habitante de aquel hambreado país qué opinión tiene sobre el problema de la carne. "¿Carne? ¿Qué es eso?", responde. Pasan luego a los EE.UU. y un norteamericano responde: "¿Problema? ¿Qué problemas?". Entonces, se van a Rusia, la anterior de la parestroika. Extrañeza de los rusos: "¿Opinión? ¿Qué opinión?". Decepcionados, regresan a Buenos Aires. En plena peatonal Florida le preguntan a un porteño bien porteño: "Por favor, ¿qué opinión tienen sobre el problema de la carne?". El hombre mira sorprendido y, con un gesto de origen muy itálico, pregunta: "¿Por favor? ¿Y eso qué quiere decir?"... Esto vale para porteños prepotentes, agrandados, descorteses (aunque hay mucho de los otros). Lamentablemente en el interior también hay muchas personas que no aprendieron el arte simple de ser gentil. Hay quienes piensan, incluso, que los gestos de cortesía quitan virilidad a los hombres; como si ella fuera patrimonio exclusivo de mujeres. Alguien quiso incluso convencerme de que decir "perdón", "por favor", "disculpe"... son formas de sutil sometimiento que no encuadra en la libre dignidad de la persona. Por el contrario, como escribió Juan Finot alguna vez, "la cortesía todo lo conquista y nada nos cuesta. Merced a ella, el hombre más insignificante granjea un valor positivo. Nos protege como protege una artillería escogida al ejército que la sigue. Avanzamos agradablemente en la vida, pues todo cede ante su fuerza encantadora, que capta en su camino corazones e imaginaciones". ¿Lo charlamos cortésmente? ¡Hasta mañana!
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Buen día!
Hay una vieja anécdota que siempre mantiene actualidad. Sirve, entre otras cosas, para un examen de conciencia personal. Un grupo de periodistas argentinos vuelva a Etiopía y pregunta a un habitante de aquel hambreado país qué opinión tiene sobre el problema de la carne. "¿Carne? ¿Qué es eso?", responde. Pasan luego a los EE.UU. y un norteamericano responde: "¿Problema? ¿Qué problemas?". Entonces, se van a Rusia, la anterior de la parestroika. Extrañeza de los rusos: "¿Opinión? ¿Qué opinión?". Decepcionados, regresan a Buenos Aires. En plena peatonal Florida le preguntan a un porteño bien porteño: "Por favor, ¿qué opinión tienen sobre el problema de la carne?". El hombre mira sorprendido y, con un gesto de origen muy itálico, pregunta: "¿Por favor? ¿Y eso qué quiere decir?"... Esto vale para porteños prepotentes, agrandados, descorteses (aunque hay mucho de los otros). Lamentablemente en el interior también hay muchas personas que no aprendieron el arte simple de ser gentil. Hay quienes piensan, incluso, que los gestos de cortesía quitan virilidad a los hombres; como si ella fuera patrimonio exclusivo de mujeres. Alguien quiso incluso convencerme de que decir "perdón", "por favor", "disculpe"... son formas de sutil sometimiento que no encuadra en la libre dignidad de la persona. Por el contrario, como escribió Juan Finot alguna vez, "la cortesía todo lo conquista y nada nos cuesta. Merced a ella, el hombre más insignificante granjea un valor positivo. Nos protege como protege una artillería escogida al ejército que la sigue. Avanzamos agradablemente en la vida, pues todo cede ante su fuerza encantadora, que capta en su camino corazones e imaginaciones". ¿Lo charlamos cortésmente? ¡Hasta mañana!