Divorciados (I)
En 1994 dos obispos de Alemania publicaron una carta pastoral sobrelas personas divorciadas que se han vuelto a casar: "Las consecuencias de un divorcio implican, por lo general, decepción, tristeza, ofensa personal, debilitación de la autoestima y hasta complejo de culpabilidad. Un divorcio incide en las relaciones sociales, familiares, amistosas, etc., y con frecuencia desemboca en aislamiento. A ello hay que añadir la angustia y la inseguridad de cómo seguir adelante. Las víctimas son, por lo regular, los hijos. Estos se sienten divididos, pierden su hogar y su seguridad emocional. "Por parte de la Iglesia y de la comunidad, los divorciados y aquellos divorciados que se han vuelto a casar no se sienten comprendidos y se consideran abandonados con sus problemas. Muchos se creen discriminados, rechazados; sí: incluso condenados. Difícilmente pueden llegar a comprender y a aceptar los reglamentos eclesiales, llegando a considerarlos de una dureza incomprensible e inmisericorde. Esta situación supone un cuestionamiento serio para la Iglesia. Nos tenemos que preguntar cómo podemos dar testimonio de la cercanía de Dios a las personas divorciadas y a los divorciados que han vuelto a contraer matrimonio, de una manera acertada y auténtica. ¿Cómo podemos acompañarles y ayudarles, cómo podríamos abrirles una perspectiva, cómo darles valor y transmitirles reconciliación?"
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Divorciados (I)
En 1994 dos obispos de Alemania publicaron una carta pastoral sobrelas personas divorciadas que se han vuelto a casar: "Las consecuencias de un divorcio implican, por lo general, decepción, tristeza, ofensa personal, debilitación de la autoestima y hasta complejo de culpabilidad. Un divorcio incide en las relaciones sociales, familiares, amistosas, etc., y con frecuencia desemboca en aislamiento. A ello hay que añadir la angustia y la inseguridad de cómo seguir adelante. Las víctimas son, por lo regular, los hijos. Estos se sienten divididos, pierden su hogar y su seguridad emocional. "Por parte de la Iglesia y de la comunidad, los divorciados y aquellos divorciados que se han vuelto a casar no se sienten comprendidos y se consideran abandonados con sus problemas. Muchos se creen discriminados, rechazados; sí: incluso condenados. Difícilmente pueden llegar a comprender y a aceptar los reglamentos eclesiales, llegando a considerarlos de una dureza incomprensible e inmisericorde. Esta situación supone un cuestionamiento serio para la Iglesia. Nos tenemos que preguntar cómo podemos dar testimonio de la cercanía de Dios a las personas divorciadas y a los divorciados que han vuelto a contraer matrimonio, de una manera acertada y auténtica. ¿Cómo podemos acompañarles y ayudarles, cómo podríamos abrirles una perspectiva, cómo darles valor y transmitirles reconciliación?"