Con todo lo que me muevo en tantos lugares del país ejerciendo el ministerio de la palabra, ya debiera estar acostumbrado a despedirme de tantas familias. Pero no. Cada vez que me despido siento, como suelo decir, la nostalgia de todas las partidas. Este sentimiento me acompañará probablemente hasta el instante mismo de mi definitiva partida a la eternidad. Nunca terminaré de acostumbrarme. Y tal vez sea mejor así. De todos modos hay que recuperar cada vez la libertad de las partidas. Porque partir en libertad es también un aprendizaje. Que suele durar toda la vida. Hojeando una vez más el librito "Remansos... para seguir andando", de mi buen y sabio amigo René Trossero, di con unas páginas que nos vienen como anillo al dedo. Quisiera espigar algunas frases: "Si toda la vida es un camino y si toda la vida es una búsqueda, acéptalo aunque te duela: toda la vida es una despedida. ¡Y sólo aprendiste a vivir cuando aprendiste a despedirte! Y no habrás aprendido a caminar en libertad, buscando lo no alcanzado, mientras no te hayas despedido de lo andado y lo logrado.
Despedirse es condición de todo lo que se mueve en el tiempo. ¿Cómo estarías viviendo hoy sin haberte despedido de tu ayer? ¿Cómo quieres vivir tu mañana sin despedirte de tu hoy? Pero presta atención, que no es lo mismo dejar que despedirse. Todos vamos dejando, pero no todos nos despedimos. Los animales se dejan, se separan; las personas podemos hacer algo más: despedirnos. Lo dejado sin despedida puede estar ausente, alejado en el espacio, pero sigue adherido al corazón, quitándote la libertad para vivir tu presente. Tu primer alejamiento sucedió cuando naciste; fue lo primero que perdiste y que dejaste: el seno de tu madre, cuando todavía no estabas capacitado para despedirte".