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11 de Septiembre,  Jujuy, Argentina
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El eterno retorno

Miércoles, 03 de abril de 2013 20:16

Pero los encuentros con doña Tertulia eran sólo una parte muy pequeña de la vida de nuestro gaucho alzado. La soledad, que no nos refleja en ojos ajenos, le hacía ignorar la vejez, y una vejez despechada castiga al hombre con la eterna lozanía. Así, el gaucho era incapaz de aprender y su andar por los valles orientales se convirtió en un eterno círculo que siempre retorna al mismo punto.

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Pero los encuentros con doña Tertulia eran sólo una parte muy pequeña de la vida de nuestro gaucho alzado. La soledad, que no nos refleja en ojos ajenos, le hacía ignorar la vejez, y una vejez despechada castiga al hombre con la eterna lozanía. Así, el gaucho era incapaz de aprender y su andar por los valles orientales se convirtió en un eterno círculo que siempre retorna al mismo punto.

Tan silencioso se volvió que ni siquiera supo que alardeaba las mismas ideas juveniles que ya habían fracasado. Algunos creen que sostener un ideario juvenil es muestra de constancia, pero los más sabios aseguran que es mera terquedad, cuando no pereza. Para nuestro gaucho, no hubo zamba ni chacarera después de los Chalchaleros y aún tenía esperanzas en que las cosas irían a cambiar cuando Perón volviera.

El tiempo, que a otros les dijo que ese misachico se iba a volver una multitudinaria procesión, a él no le decía nada, y en la cátedra de los años nuestro gaucho no fue nunca más que un repitente. Así conoció a su tercera mujer, que no fue posterior sino contemporánea a la segunda, doña Tertulia, y que algunos creen que no se trataba más que de la primera, la que lo engañara con el Diablo, vaya a saberse.

No hay pruebas de ello ni se ha expedido la justicia al respecto, así que diremos que a la Clarisa la vio pastoreando y que no la reconoció, sino que la sedujo. Como doña Tertulia, y como su primera esposa, la Clarisa era medio bruja, cosa que no digo en la acepción de suegra sino en la de quien ejerce nuestra medicina popular. 

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