La Paloma se cansó un día en que limpiaba la casa y vio pasar al Luis, el jardinero por el que suspiraba, y vio como la patrona le sonreía al Luis, y ya no sintió dolor sino rabia. Desanduvo las tareas de su servicio sin volver a mirar hacia Luis ni suspirar, y cuando el hijo de la patrona salió de su habitación, porque se despertaba a mediodía, la vio a la Paloma y por primera vez le llamó la atención.
Más que por su belleza, la Paloma le llamó la atención porque le era esquiva, que es una de las cualidades de las mujeres que más les gusta a los hombres. Y se le acercó, le dijo un secretito, le acarició la cintura que ella le quitó por reflejo, le prometió un vestido y a la siesta, cuando nadie andaba por la sala de la casa donde trabajaba la Paloma, el hijo de la patrona la invitó a compartir el rato.
La Paloma supo de una mano tan suave como las sábanas más finas, de un perfume delicado que no volvería a sentir y, al fin, de las sonrisas de sus compañeras de trabajo que la vieron volver sonriente a su tarea pero, como suele suceder en estos casos, el jardinero Luis, por quien tanto suspirara la Paloma, supo recién entonces que existía la Paloma y lo supo con dolor.
Desde entonces, el Luis dejó de responderle a la patrona, no comía, apenas si pasaba la ichuma por el pasto del jardín, y sea porque despreciaba los reclamos de la patrona o porque desatendía su trabajo, lo despidieron y se dedicó a la bebida y a ver a la Paloma desde el ventanal del bar cuando ella iba a la casa de los patrones a trabajar cada mañana.