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27 de Junio,  Jujuy, Argentina
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Un día verde

Lunes, 23 de septiembre de 2024 01:01

El despertador sonó, como siempre, a las cinco de la mañana. Me quedé en la cama hasta las cinco y diez, remoloneando, haciendo una lista imaginaria de los pendientes del día: ir a la verdulería, pagar las facturas de luz y gas, pasar a buscar la bicicleta por el taller del Turco, tomarme unos mates con mamá. Me levanté, caminé al baño y terminé de completar mi lista mental mientras evacuaba mis intestinos y el agua de la ducha empezaba a calentarse. La rutina de todas las mañanas, una tras otra, día tras día, sin interferencias ni sobresaltos.

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El despertador sonó, como siempre, a las cinco de la mañana. Me quedé en la cama hasta las cinco y diez, remoloneando, haciendo una lista imaginaria de los pendientes del día: ir a la verdulería, pagar las facturas de luz y gas, pasar a buscar la bicicleta por el taller del Turco, tomarme unos mates con mamá. Me levanté, caminé al baño y terminé de completar mi lista mental mientras evacuaba mis intestinos y el agua de la ducha empezaba a calentarse. La rutina de todas las mañanas, una tras otra, día tras día, sin interferencias ni sobresaltos.

Finalmente, metí la punta de mi pie derecho bajo la ducha para verificar la temperatura del agua, y me introduje con los ojos cerrados, como siempre, para dejar que aquel líquido tibio mojara mi cara, mi breve cabello, el torso, la espalda, mi abultada panza de cincuentón. Me quedé un rato prolongado bajo mi cascada personal, disfrutando la tibieza, el vapor, hasta que por fin abrí los ojos para agarrar la esponja y el jabón. Fue recién en ese momento cuando me di cuenta que el agua con la que me bañaba era de color verde, total y verdemente verde, tipo manzana, brillante, estrambótico, sicodélico. Me refregué los ojos con fuerzas, y volví a mirar, pero el agua seguía verde, como así también mi cuerpo, los azulejos del baño, la cortina de la ducha, mis pies. Entonces te llamé, Griselda, te llamé a gritos, pero no contestaste.

Cerré la canilla, tomé la toalla y salí horrorizado de la ducha. Fui por la botella de alcohol, embebí una esponja nueva y me restregué el cuerpo con fuerza, mientras seguía llamándote a los gritos, pero no había caso, no lograba sacarme ese color del cuerpo. Me miré en el espejo, parecía un alien. Me quedé atónito, espantado, mirando aquella imagen descabellada. Caminé desnudo hasta la cocina, abrí el grifo y un chorro de agua verde me salpicó la cara y la esperanza de que fuera solo una broma de la ducha.

¡Qué hiciste, Griselda! chiquita de mi corazón. Pensé que ya habías terminado con esos juegos, bromas pesadas, chistes malos. Al principio me divertían, me hacían sentirte cerca, incluso los esperaba y disfrutaba con ganas. Pero ya estoy viejo para esto. Ahora prefiero verte y sentarme a compartir en silencio con vos ante la luz destellante de la chimenea, o encontrarte en el parque y caminar juntos alrededor de la fuente, como solíamos hacer cuando eras pequeñita. ¿Pero ésto? ¿teñirme de verde? ¿cómo iré a trabajar así? ¡Me van a cargar con que soy el Increíble Hulk! ¿Y cómo lo explicaré? “Perdonen señores, es que Griselda me jugó una broma pesada, y tiñó el agua de mi casa de color verde manzana”¡¡No me van a creer! Tendré que quedarme y ver cómo me saco este color de encima.

Adiós a mi lista de pendientes del día. Adiós al mate con mamá. ¡Pobre vieja!, se muere si me ve así, y mucho más si le cuento que fuiste vos, Griseldita, bebita de papá. ¡Le da un ataque! Nomás te nombro y ya empieza a pucherear mi viejita, que te extraña, que te quiere ver, abrazar, volver a jugar a las cartas con vos. ¡Pucha che, y yo que había pensado que sería un día tranquilo! Ya va a pasar, vos no te preocupes, Griseldita, yo mañana, cuando me saque el verde de encima, te voy a visitar y te llevo unas flores, unas rosas chiquitas, blancas, como te gustan a vos. Descansa, hijita, papá se encarga de arreglar este bochinche. Hasta mañana.

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