Luego de vivir su infancia en Jujuy, Buenos Aires le abrió las puertas en el año 1996 para iniciar una nueva vida. Sólo el sol del norte de los veranos siguientes, la acompañaría en la casa de alguna familia amiga.
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Luego de vivir su infancia en Jujuy, Buenos Aires le abrió las puertas en el año 1996 para iniciar una nueva vida. Sólo el sol del norte de los veranos siguientes, la acompañaría en la casa de alguna familia amiga.
Así es como Rosario Fusaro vivió su juventud, entre Buenos Aires y Jujuy hasta que en el 2001 regresó a esta provincia -casi- definitivamente. "Mi padre, que era el único que aportaba ingresos en una familia numerosa, había tenido una operación de corazón", dijo la jujeña que obtuvo la licenciatura en Biotecnología en la Universidad Nacional de Quilmes - Unqui.
Luego completó los requisitos para desempeñarse como docente, pero al no recibir respuestas, analizó de otra manera la elección de vida que habían optado sus dos hermanos menores, quienes emprendieron sus caminos para trabajar en una cafetería/ heladería en el norte de Alemania.
Entonces se decidió por iniciar la travesía con la que ayudaría a restablecer la economía familiar. Y fue así que a fines de junio 2002 viajó a Bergen, Alemania; con una valija que no aguantó cambios de aviones, trenes y se rompió a mitad del camino.
"Tuve la suerte de tener los papeles, gracias a mi padre que nos había tramitado desde chicos la nacionalidad italiana, pero eso no significaba que sería fácil", explicó Fusaro quien vivió en condiciones sacrificadas, todos los días de 8 a 22 horas, durante cuatro meses. "En ese trabajo sufrí situaciones feas, por suerte me ofrecieron irme a Frankfurt, a un restaurante italiano", detalló. Allí, también trabajaba sin descanso en la cocina pelando ajos y cebollas y limpiando pescados y calamares. Pero, por la mañana la "mimaban" con medialunas y leche chocolatada.
"Yo había estudiado italiano en la Dante Alighieri e inglés, solo que alemán no. Después aprendí de oído a hablar lo básico", comentó quien en ese entonces para hablar con su familia tenía que ir al teléfono público a llamar con monedas. Luego de probar suerte en Milán y Roma, un llamado a sus padres fue crucial.
"Me dijeron que si quería, contactaban con una prima de mi mamá que vive en Barcelona desde los años '80. Así que con 24 años, tomé otro tren a Barcelona", contó agradecida por cada pequeña gran ayuda que tuvo. Y en la estación de Sants, rodeada de alrededor de 200 personas, logró hacer contacto visual con una señora que sería su tía Amparo. "Junto a su esposo, me tiraron un colchón en el suelo del local que tenían (mi tío arreglaba electrodomésticos) así que cada mañana temprano tenía que recoger todo, antes que abra al público", contó.
Así, Barcelona se convirtió en su hogar. Al ser una ciudad que vive del turismo, se animó a buscar trabajo en hoteles. "Conseguí como camarera de pisos, en un hotel 5 estrellas", indicó "Charo" como le dicen sus amigos. Al mes, se mudó a un departamento compartido con personas ecuatorianas, peruanas y chilenas.
"Mi mejor amigo es de Perú y, mi pareja -el padre de mi hijo- de Italia", dijo. "Igual las argentinas tenemos la suerte que en general a todos les hace gracia escucharnos y caemos bien al instante", describió. Fusaro tiene una familia muy especial. "Mi nene tiene diez años, se llama Fabrizio, aunque nació en España tiene nacionalidad argentina e italiana". Junto a su pareja, viven en Vilanova i la Geltrú, un lugar paradisíaco donde llegó a encontrarse a sí misma.
"En el 2016, me detectaron un tumor cerebral, era benigno pero muy complejo de operar. Me derivaron al mejor equipo de neurocirugía de Barcelona y en dos operaciones me lo quitaron, si no lo hacían podía ser mortal o dejarme tetrapléjica. Tengo dos hermanos médicos y ambos coincidían que no podría haber estado en mejor lugar para tratarme que aquí", confió quien se recuperó casi sin secuelas de esas operaciones y fue así donde descubrió su misión en la vida que no tiene que ver con la Biotecnología, ni con la hotelería.
"Después de la operación estuve unos meses siendo persona dependiente, entonces eso me sensibilizó muchísimo. Me despertó un sentimiento de aceptación hacia las personas diferentes y trabajar para la inclusión tanto en la escuela como en la sociedad", compartió esta activista de la vocación de servicio. Durante el verano organiza una colonia con propuestas inclusivas donde asisten pequeños y adolescentes con discapacidades motrices, visuales, psicológicas y autismo.
"Es muy reconfortante, vivo cerca de la playa, llamo a los socorristas para que nos reserven la silla adaptada para que niños que van en sillas de ruedas puedan meterse al mar", indicó la jujeña que observa en ellos los grandes maestros y valiosos que son para la sociedad.
Si bien la vida la fue llevando por distintas experiencias, ella nunca dejó de añorar lo propio de Jujuy. Y los sabores de lo regional correspondientes a bollos, tamales, humitas, empanadas y locro.
"En negocios de Marruecos hacen un pan muy similar pero más blandito. Lo que extraño también es la fiesta de los estudiantes", contó la exalumna del Comercial 2 que todavía se siente "cuerva" en cada septiembre.