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El mundo

Miércoles, 29 de julio de 2020 01:04

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El hombre se sentó frente al escritorio del comisario para apoyar las manos sobre la mesa y decirle que algo en el mundo no andaba bien. Cuando lo recordaba, Pierro sonrió porque se trataba algo por demás evidente, algo que nadie cree que pueda ser necesario decir. Es como aclararnos que el cielo está sobre la tierra o que el viento es aire que se mueve, dijo.

Bien, dijo Pierro que le dijo al hombre, ¿y en que parte le afecta a usted? El hombre volvió a apoyar su espalda contra el respaldo de la silla, sonrió por la pregunta del comisario y le respondió que en varias, pero hay una que es la que más lamento porque afecta a un niño que sabe llevar su majada cerca de la cueva donde vivo.

La familia del pastorcito no vive lejos, apenas unas horas de andar por esos cerros. Sin embargo son mis vecinos más cercanos, dijo el hombre plenamente consciente de que lo que decía parecía ser contradictorio. Más de una mañana, su madre lo manda con un pan en el morral, a veces con un queso y son para mi, como si lo mereciera.

El niño es tan inocente que no cree que me pueda hacer mal el recibirlos. Otro los hubiera dejado como al olvido. Usted sabe, le dijo el hombre al comisario, que la limosna no es del todo sana, pero ese niño no lo sabe y me lo da, y yo no siento el menor menoscabo en ello, siento que está bien que me lo de.

El tema es que en estos días lo noté preocupado, algo triste, y pensé que era la hora de pagar por esos bollos y esos quesos, no como si se lo debiera sino como si correspondiera hacerlo.

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