El comisario Pierro nos contaba de ese tal Espuerto que, para acallar las sospechas de su esposa, le contaba historias de lo más aburridas. La única que le prestaba atención era su vecina, la Mueriles, que las escuchaba desde su ventana porque daba al mismo patio.
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El comisario Pierro nos contaba de ese tal Espuerto que, para acallar las sospechas de su esposa, le contaba historias de lo más aburridas. La única que le prestaba atención era su vecina, la Mueriles, que las escuchaba desde su ventana porque daba al mismo patio.
Para la Mueriles, el sólo oír la voz de su vecino era motivo de goce, pero nada de decir algo cuando se los cruzaba por la calle porque era sumamente respetuosa de las instituciones, como en este caso lo es el matrimonio. Pero la Natalia, mujer del Espuerto, no era zonza, y algo habrá visto en su mirada, o la habrá pescado espiando tras las cortinas, la cosa es que lo supo.
Cierta mañana, después de faltar tres noches a su hogar conyugal, la Natalia le recriminó a su marido la larga ausencia, y el Espuerto, como solía hacer, se sentó ante la mesa y empezó por decirle que no me vas a creer si te cuento, preludio de una de sus macanas barrocas, relato que empezó a tejer en ese instante.
Vaya a saberse cómo imaginó que un barco pirata navegaba la otra noche a la altura de San Pedrito, entre Maimará y Tilcara, y él tuvo para sí que era necesario avisar en la seccional para que los corsarios no hicieran estragos en barrios costeros, como el de Mataderos. Pero la mala suerte quiso que lo descubrieran, lo arriaran a bordo y lo llevaran con ellos a navegar mar adentro.
La Natalia, cansada de que la creyera tonta, le gritó que si quería macanera mejor lo hiciera con la vecina, la Mueriles, que lo escuchaba tras la cortina de la ventana que daba al patio.