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Laberintos Humanos: El dragón

Martes, 12 de mayo de 2020 01:00

Alguna vez, me dijo el abuelo, hubo un primer gallo. Una especie de Adán entre los suyos, y habrá escuchado hablar de San Jorge, dijo. Se trataba de un caballero andante que recorría las llanuras en busca de aventuras y de problemas por solucionar, a fuerza de lanza y espada, y que cierta vez llegó a cierto pueblo.

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Alguna vez, me dijo el abuelo, hubo un primer gallo. Una especie de Adán entre los suyos, y habrá escuchado hablar de San Jorge, dijo. Se trataba de un caballero andante que recorría las llanuras en busca de aventuras y de problemas por solucionar, a fuerza de lanza y espada, y que cierta vez llegó a cierto pueblo.

En las cercanías de ese pueblo había una cueva, y en esa cueva había un dragón que reclamaba la vida de una joven cada semana. En esos tiempos, dijo sin especificar en cuales, sucedían esas cosas. Y esas cosas a las que se refería me sonaron tan imprecisas como los tiempos a los que se refería, pero lo dejé seguir hablando.

Los que lo vieron quedaron asombrados: alto como un árbol, morrudo. Sus ojos, que despedían fuego cuando se le demoraba la ofrenda, eran entre rojos y amarillos, y las patas se le abrían en uñas largas y filosas, con una que le brotaba como a media pierna y hacia atrás. Los había de los colores más variados, pero este tenía franjas negras, rojas y naranjas y dos alas pequeñas a la espalda.

La cosa es que se habían terminado ya las mozas de ese pueblo y sólo quedaba la princesa, la hija del rey. Como sucede en muchos cuentos, al lector lo entristece un poco que deban morir todas las otras: las campesinas, las almaceneras, las prostitutas, las hilanderas y las maestras, pero cuando le llega el turno a la princesa, ahí es cuando debe aparecer el héroe para salvarla.

Y, ya que no había otra solución, la hija del rey se despidió de su padre para caminar despacio hacia la cueva.

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