Lejos de una versión siquiera promisoria o potable, víctima del contrapeso de tres lustros de mucha distancia con la posibilidad de volver a jugar un Mundial y de cumplir un buen papel en la Copa América, la selección de Bolivia llegará a Chile en plena etapa experimental y por lo tanto liberada de todo apremio.
Acaso la mejor noticia que a priori puede paladear Bolivia es la de la zancadilla que el calendario le ha hecho a México, forzado a preservar a sus mejores jugadores para la Copa de Oro de la Concacaf, por consiguiente debilitado y por añadidura enfocado en tratar de ocupar un eventual tercer puesto en el Grupo A, detrás de los favoritos Chile y Ecuador. Ese tercer puesto es el que en el mejor de los casos buscará Bolivia, siempre y cuando se opere una mutación que hoy, con el debido respeto, se presenta remota.
Vaya, como botón de muestra, su paupérrimo partido del sábado último, en San Juan, frente a una Selección Argentina que lo goleó por cinco a cero. Aún admitiendo que un partido amistoso supone una vara relativa, susceptible de ponerse en remojo, ni bajo el prisma más optimista asoma viable imaginar que dentro de una semana el representativo del Estado Plurinacional de Bolivia podrá ofrecer una cara tan mejorada y luminosa como para merodear las altas cumbres.
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Lejos de una versión siquiera promisoria o potable, víctima del contrapeso de tres lustros de mucha distancia con la posibilidad de volver a jugar un Mundial y de cumplir un buen papel en la Copa América, la selección de Bolivia llegará a Chile en plena etapa experimental y por lo tanto liberada de todo apremio.
Acaso la mejor noticia que a priori puede paladear Bolivia es la de la zancadilla que el calendario le ha hecho a México, forzado a preservar a sus mejores jugadores para la Copa de Oro de la Concacaf, por consiguiente debilitado y por añadidura enfocado en tratar de ocupar un eventual tercer puesto en el Grupo A, detrás de los favoritos Chile y Ecuador. Ese tercer puesto es el que en el mejor de los casos buscará Bolivia, siempre y cuando se opere una mutación que hoy, con el debido respeto, se presenta remota.
Vaya, como botón de muestra, su paupérrimo partido del sábado último, en San Juan, frente a una Selección Argentina que lo goleó por cinco a cero. Aún admitiendo que un partido amistoso supone una vara relativa, susceptible de ponerse en remojo, ni bajo el prisma más optimista asoma viable imaginar que dentro de una semana el representativo del Estado Plurinacional de Bolivia podrá ofrecer una cara tan mejorada y luminosa como para merodear las altas cumbres.
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