Ya otros compañeros contaron cosas parecidas, le dijo el camionero a Pedro y Pablo, pero nunca creí fuera cierto. La empresa para la que trabajo es muy grande, tiene una flota de más de quinientos camiones como este y no hará seis meses que los patrones emprendieron una cruzada contra los que profesamos devoción por el Gauchito.
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Ya otros compañeros contaron cosas parecidas, le dijo el camionero a Pedro y Pablo, pero nunca creí fuera cierto. La empresa para la que trabajo es muy grande, tiene una flota de más de quinientos camiones como este y no hará seis meses que los patrones emprendieron una cruzada contra los que profesamos devoción por el Gauchito.
Quien tiene su estampita en el parabrisas del camión, quien toca su bocina al ver a la vera de la ruta un altar de banderas rojas o algo similar, es perseguido con saña. Algunos tomamos nuestros camiones y huimos, y algunos cuentas que los que huyeron alzan por la ruta gente de otro tiempo, trató de explicar el camionero.
Pero su explicación se detuvo porque dos aves enormes, metalizadas hasta el brillo, atacaron el camión con zumbidos que rompieron los cristales y la hicieron ladearse hasta que la cabina se detuvo contra la copa de un árbol.
Son los patrones y las tropas de extirpación de herejías, les dijo el camionero tocando el botón luminoso que abría la puerta. Sólo nos queda escapar, les dijo saltando al monte tras lo que Pedro y Pablo hicieron lo mismo y corrieron tras ese hombre vestido de color plateado.
Las aves metálicas los siguieron un trecho pero los perdieron bajo la espesura. Ya bajo un árbol, el camionero les tendió la mano y se presentó: mi nombre es Esteban Franco, y se me hace que tenemos muchas cosas que contarnos. Pedro y Pablo resumieron como pudieron su tiempo de guerras civiles, y luego el camionero comenzó con su relato de camiones y del Gauchito.