26 de Junio,  Jujuy, Argentina
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La compañía del libro

Lunes, 24 de junio de 2024 01:00

Hace frío y una lluvia constante de invierno cae sobre Buenos Aires desde la semana pasada. Yo espero el colectivo, con los pies helados, y las manos congeladas, sentada en un banquito de hierro húmedo. Finalmente llega, subo y me acomodo en una butaca individual pegada a la ventanilla empañada. A esta hora, somos pocos los viajantes, por eso me resulta fácil observarlos, uno por uno. Somos siete, dos jóvenes con uniforme de colegio secundario, una señora coquetamente peinada, con un saco abrigado, un gorro de lana, y una cartera de cuero negro que hace juego con sus zapatos de taco bajo. Adelante suyo, un señor mayor, con anteojos grandes, boina de fieltro y bastón, que se acomoda la bufanda debajo de su camperón y luego saca del bolsillo un pequeño libro. Atrás mío, una mamá envuelve a su bebé pequeñito en una manta de polar color amarillo.

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Hace frío y una lluvia constante de invierno cae sobre Buenos Aires desde la semana pasada. Yo espero el colectivo, con los pies helados, y las manos congeladas, sentada en un banquito de hierro húmedo. Finalmente llega, subo y me acomodo en una butaca individual pegada a la ventanilla empañada. A esta hora, somos pocos los viajantes, por eso me resulta fácil observarlos, uno por uno. Somos siete, dos jóvenes con uniforme de colegio secundario, una señora coquetamente peinada, con un saco abrigado, un gorro de lana, y una cartera de cuero negro que hace juego con sus zapatos de taco bajo. Adelante suyo, un señor mayor, con anteojos grandes, boina de fieltro y bastón, que se acomoda la bufanda debajo de su camperón y luego saca del bolsillo un pequeño libro. Atrás mío, una mamá envuelve a su bebé pequeñito en una manta de polar color amarillo.

Me gusta observar a la gente, trato de interpretar sus caras, sus gestos. ¿Serán felices, estarán preocupados por algo, llegarán bien a fin de mes? Me gusta imaginar a dónde van, quién los espera, qué comerán, si son hinchas de River, de Boca, o de nada.

El colectivo detiene su marcha, y los dos jovencitos se apresuran a bajar, con sus pesadas mochilas, mientras por la puerta delantera, varias personas de distintas edades suben rápidamente y ocupan casi todos los asientos. Para cuando el colectivo reinicia su camino, el murmullo y movimiento originales entran en pausa. Los pasajeros callan, miran sus celulares, escriben mensajes, o conectan sus auriculares para abstraerse con su música. Solo el señor mayor, el del bastón, y yo, no tenemos el celular en la mano. El lee, yo lo observo. El libro de bolsillo tiene pocas páginas, no logro ver su título, estoy muy lejos, pero el hombre se muestra muy ensimismado en la lectura.

Entonces viene a mi memoria cuando hasta hace unos años, no tantos, el pasatiempo más común durante los viajes de un lugar a otro de la ciudad, eran los libros. En el subte, el tren, en los colectivos, en las paradas. Era muy común ver a varios oscilando con el vaivén del bondi, una mano en el barral, y la otra con un libro abierto. En los horarios picos, nos apoyábamos unos con otros dejando en el medio el hueco para nuestras lecturas. Recuerdo que leí Cien Años de Soledad mientras viajaba desde la estación de subte Catedral hasta Olleros, a las seis de la tarde, amontonada y apretujada, con el libro apoyado en las espaldas de mis ocasionales compañeros de viaje.

¡Es tan imprescindible el libro! Nos traslada a lugares increíbles, a historias lejanas, a vidas prestadas. Su compañía, irreemplazable y fiel, nunca defrauda. En estos tiempos tan complicados, donde la inmediatez de las pantallas atenta contra nuestra salud mental, elijamos leer un libro, zambullirnos en sus páginas, sus palabras, sus historias. No tiene ninguna importancia si es prestado, si es viejo, nuevo, corto o largo, un comic o una novela de amor. No importa. Leamos, leamos mucho, leamos siempre. Nosotros, nuestros niños, nuestros abuelos. En el subte, en el tren, en la vereda o en las plazas. Ataquemos con libros los escenarios donde vivimos. Además, recordemos que, del otro lado, un día alguien se sentó a escribir, con la ilusión de que al menos una persona, en algún lugar, en algún momento, lea sus historias.

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