El comisario no volvió a respetarme desde que dejé escapar a la muñeca. Si organizaba una partida de póker no me invitaba ni me tenía en cuenta cuando contaba sus mejores cuentos, como si sólo se los contara a los otros. Cierta vez lo increpé por el asunto.
inicia sesión o regístrate.
El comisario no volvió a respetarme desde que dejé escapar a la muñeca. Si organizaba una partida de póker no me invitaba ni me tenía en cuenta cuando contaba sus mejores cuentos, como si sólo se los contara a los otros. Cierta vez lo increpé por el asunto.
Me dijo que comprendía que yo era escritor, no policía, y que no podía medirme con la misma vara, pero no por eso las cosas mejoraron. Blanca también había notado ese destrato, y una tarde en la que estábamos solos en el patio de su casa, me dijo que acaso debiera conocer la historia de su cuñado.
¿De un hermano del comisario? Sí, me respondió, alguien del que no habla. Tiríades Pierro era escritor, como usted. Tal vez lo siga siendo, pero no lo sé porque no lo volvimos a ver. De chicos, mi marido lo admiraba. Lo supe por ambos y por mi suegra, que lamentaba ese distanciamiento.
Le contaba a todo el mundo, orgulloso, que su hermano era escritor y que era bueno. Escribía cuentos policiales y de terror, y lo hacía desde pequeño. Yo creo que eso influyó en la vocación de mi marido. Por ahí, sin que él lo supiera, tengo guardado alguno. Eran realmente buenos y muy violentos, y siempre concluían con una salida valiente e inteligente del uniformado.
Pero usted sabe que Pierro es muy estricto, demasiado, lo es incluso consigo mismo y lo era con su hermano más que con otros, era su forma de quererlo. Por eso es que no pudo perdonarlo, pese a que todos en la familia hicimos lo posible por explicarle. Creo que incluso lo entendió, pero no por eso lo perdonó.