Prudencio Creso creyó que tres tordos eran mal augurio, pero Bautisto Solón lo tranquilizó contándole de la vida que tienen los parásitos. Usted sabe, le dijo, que la torda pone sus huevos en nido ajeno, por lo que sus polluelos se crían en una familia a cuyos hermanos no se les parecen. Es cómico verlos picotear el suelo junto a la familia de adopción hasta que descubren que son distintos, y usted sabe que lo distinto no siempre es apreciado.
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Prudencio Creso creyó que tres tordos eran mal augurio, pero Bautisto Solón lo tranquilizó contándole de la vida que tienen los parásitos. Usted sabe, le dijo, que la torda pone sus huevos en nido ajeno, por lo que sus polluelos se crían en una familia a cuyos hermanos no se les parecen. Es cómico verlos picotear el suelo junto a la familia de adopción hasta que descubren que son distintos, y usted sabe que lo distinto no siempre es apreciado.
En algún momento de sus vidas se quedan solos y de adolescentes, con su plumaje negro y brilloso, son sumamente bellos. El brillo del sol cae en sus cuerpos como si se tratara de espejos, lo negro se transforma en su opuesto porque las plumas, con la luz, producen destellos blancos. Y al crecer, pero vaya a saberse cómo, se van juntando con sus pares y terminan por saber, si es que las aves saben, que no son distintos sino que son ellos mismos. Así que no hay nada de que alarmarse, amigo, por el contrario.
Más bien diría que hay que aprender de los tordos tanto como del suri, cuyas hembras forman un harem de una veintena. Un solo suri macho entre una veintena de mujeres, cosa que no es de extrañar en el reino animal, pero tienen otras cosas que son las que me recuerdan a los tordos. Las suritas ponen sus huevos en el nido pero no por ello se creen en la necesidad de empollarlos, tarea de la que se encarga el hombre y es eso lo que repetimos en una de las formas de celebración de los samilantes, cuando un bailarín adulto parece enseñarle el brincado a los niños emplumados.
