Cuando Prudencio Creso le preguntó a Bautisto Solón sobre quién creía que era el hombre más feliz, le escuchó decir que el Humínedes Pisca, labriego de la zona de Huacalera que sin duda no la pasó mal sin que a otro se le pudiera ocurrir que fue quien mejor la pasó sobre esta tierra. Pero esa suerte de respuestas desconcertantes era el modo en que Solón creía que debía responder un sabio, cosa que no sorprendió a Creso, hombre rico con muchas tierras, por lo que entonces le preguntó por el segundo más feliz, y entonces le dijo que un tal Periandro Tolaba, el delantero del Club Unidos de San José. Jugaba como los dioses, y fue esa la primera vez en que su camiseta ganó la Liga Quebradeña. Era un lujo de verle las gambetas, y aunque no anotara tantos goles en esa campaña, hacía lo posible y lo imposible para que sus compañeros convirtieran.
inicia sesión o regístrate.
Cuando Prudencio Creso le preguntó a Bautisto Solón sobre quién creía que era el hombre más feliz, le escuchó decir que el Humínedes Pisca, labriego de la zona de Huacalera que sin duda no la pasó mal sin que a otro se le pudiera ocurrir que fue quien mejor la pasó sobre esta tierra. Pero esa suerte de respuestas desconcertantes era el modo en que Solón creía que debía responder un sabio, cosa que no sorprendió a Creso, hombre rico con muchas tierras, por lo que entonces le preguntó por el segundo más feliz, y entonces le dijo que un tal Periandro Tolaba, el delantero del Club Unidos de San José. Jugaba como los dioses, y fue esa la primera vez en que su camiseta ganó la Liga Quebradeña. Era un lujo de verle las gambetas, y aunque no anotara tantos goles en esa campaña, hacía lo posible y lo imposible para que sus compañeros convirtieran.
Daba pases desde cada rincón del campo contrario, ya sea para que la arrastraran con el botín o la cabecearan a algún ángulo inatajable. Su padre estaba realmente orgulloso de él, tanto que tras la final del campeonato invitó con un asado a todos los vecinos. Sacrificó para ello lo mejor de su hacienda, que no era mucha pero era suficiente, y sirvió harto vino para que nadie tuviera de que quejarse. A los postres brindó por su hijo el Periandro y se le notaba más que feliz. Al terminar, padre e hijo salieron a caminar juntos y fue entonces que sucedió el accidente en el que fallecieron en el acto. Ninguno sufrió, nos contaba Pierre Donadou Quispe con una sonrisa intrigante.