26 de Junio,  Jujuy, Argentina
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Laberintos Humanos: El rancho

Viernes, 11 de septiembre de 2020 01:00

Prudencio Creso estaba asombrado de que le sucedieran esas cosas. No hacía dos días era el hombre más rico de la región. Entonces le molestaba que Bautisto Solón no lo reconociera como el hombre más feliz, pero ahora lo comprendía: no es posible decirlo de alguien al que le queda por vivir un resto de destino. Tampoco se puede asegurar lo inverso, continuó diciendo el hombre con fama de sabio.

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Prudencio Creso estaba asombrado de que le sucedieran esas cosas. No hacía dos días era el hombre más rico de la región. Entonces le molestaba que Bautisto Solón no lo reconociera como el hombre más feliz, pero ahora lo comprendía: no es posible decirlo de alguien al que le queda por vivir un resto de destino. Tampoco se puede asegurar lo inverso, continuó diciendo el hombre con fama de sabio.

¿Quién sabe si más allá de ese molle no lo espera una felicidad mayor que la que tuvo cuando era rico?, le preguntó Solón pero Creso negaba con la cabeza porque no lo creía posible. No, se decía, la felicidad no regresará, no debo hacerme ilusiones. Se lo repetía pero, sin embargo, no dejaba de mirar lo que apareciera pocos metros más abajo en el camino. Es que el hombre es incapaz de renunciar a la esperanza, y mientras caminaba vio su opulenta casa a lo lejos, ya propiedad de Armando Ciro, y se le achicó el corazón de tristeza. Pensar que todo eso fue mío, dijo.

La que fue su casa estaba en lo alto, y bajo el cerro había un pequeño rancho de adobe que nunca pudo comprar. Y eso que lo intenté, le explicó a Solón, pero su dueña era una mujer muy orgullosa, aunque muy pobre, y jamás aceptó vendérmela, agregó y le señaló esa casita pequeña junto a un churqui. De la chimenea brotaba el humo que anunciaba los bollos horneados, era la hora de la tarde y el fresco amenazaba la caminata de los dos hombres que entonces decidieron hacerle una visita. Mire que antes pude aplastarla y ahora voy a mendigarle, sintetizó Creso

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