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26 de Junio,  Jujuy, Argentina
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Dejar la soledad

Sabado, 22 de agosto de 2020 01:03

Dejar la soledad

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Dejar la soledad

Desde que la Martelia lo visitó junto a la vertiente, el ermitaño empezó a revivir cosas del pasado. No estaban referidas a ella sino al mundo que habían compartido, y esos recuerdos fueron creciendo hasta volverse intolerables y transformársele en deseos. Así fue como, una mañana, decidió dejar su soledad para regresar al pueblo.

Sabía que no era lo mejor, que ni siquiera era bueno, que pronto lo lamentaría pero ya no podía mirar las cosas que lo rodeaban sin que le remitieran a otras, entonces juntó tres o cuatro cosas y partió. De camino, sintió lo que aquel que deja la bebida y se tienta por el primero de lo que serán muchos tragos.

Más de una vez se detuvo, miró hacia atrás y pensó en desistir. No lo hizo y se cruzó con gente, primero con pastores y luego las calles de los barrios de las afueras con sus miradas. Al fin ya estaba en la plaza, entre una guitarreada y comentarios chillones, y le volvieron al presente las miradas de los niños y el andar de los vecinos.

El pasado es tramposo. De lejos se viste con toda la coquetería de una noche de seducción, pero al acercársele tiene los vicios en los que había dejado de creer. Tuvo ganas de pegarse, de insultarse a si mismo, pero ya era tarde y era en vano, y sumido en el pesar fue que no la vio, pero la Martelia lo descubrió sentado en un banco.

Apuró el paso para perderse en el mercado sin ser descubierta, se detuvo frente a una vendedora de verdura y, como si estuviera pelando las cebollas moradas que miraba, se le llenaron los ojos de impotencia.

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