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Laberintos Humanos: La niña

Lunes, 27 de julio de 2020 01:03

La pastorcita se acercó a la laguna hilando con la puiska mientras caminaba. Sus cabras se habían abalanzado, sedientas, para beber, los dos perros hicieron lo mismo, la niña se asomó para verse reflejada y el padrecito nos dijo que recordó el relato del hombre con que se cruzó en el camino, aquel que vio ese espanto en su reflejo y nunca más quiso volver entre la gente.

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La pastorcita se acercó a la laguna hilando con la puiska mientras caminaba. Sus cabras se habían abalanzado, sedientas, para beber, los dos perros hicieron lo mismo, la niña se asomó para verse reflejada y el padrecito nos dijo que recordó el relato del hombre con que se cruzó en el camino, aquel que vio ese espanto en su reflejo y nunca más quiso volver entre la gente.

El padrecito nos dijo entonces que quiso advertirle a la niña que no se viera en el agua, que era peligroso, pero el ermitaño lo detuvo. Déjela pues, le dijo, ella todas las tardes se llega y se mira, sonríe, se lava las manos, deja que su majada sacie su sed y se va, contenta, por el mismo camino por el que vino. Creo, nos dijo el padrecito, que entonces comprendí lo que sucedía, supe que ese ermitaño no era responsable del aspecto con el que la gente se veía reflejada en el agua, y que cada uno veía allí quien realmente era, por horroroso que eso fuera. Por hermoso que lo fuera también, como le sucedía a la pastorcita.

Entonces conversé un rato con el ermitaño, le escuché de esas cosas sabias que dicen las bocas de quienes viven en soledad, y le pregunté por qué no le advertía a los viajeros que no vieran sus reflejos en esa agua sincera. El ermitaño me miró y me respondió que no se creía quién para impedirle a la gente conocerse. Entonces, regresé, nos dijo el padrecito y el comisario Pierro le preguntó si no tuvo tentación de verse reflejado. Sería vanidoso de mi parte que se los contara, le respondió el padrecito con una sonrisa.

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