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28 de Junio,  Jujuy, Argentina
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Laberintos Humanos: Los disfraces

Domingo, 24 de mayo de 2020 01:03

El comisario Pierro señaló los datos, aparentemente inconexos, que tenía el relato del padrecito: esa mujer que sacaba fotografías borrosas de bailarinas, esa mujer que era fotógrafa y que tenía ojos tan bellos, esa mujer que aseguraba que algunas de las bailarinas con que soñaba aparecían en la vigilia y que una de ellas era ella. Entonces la mujer le contó ese recuerdo de su infancia: ella bailando en el porche de la casa, sola o con su prima, y los vecinos deteniéndose a aplaudirla tanto que sus padres creyeron conveniente enviarla a una academia.

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El comisario Pierro señaló los datos, aparentemente inconexos, que tenía el relato del padrecito: esa mujer que sacaba fotografías borrosas de bailarinas, esa mujer que era fotógrafa y que tenía ojos tan bellos, esa mujer que aseguraba que algunas de las bailarinas con que soñaba aparecían en la vigilia y que una de ellas era ella. Entonces la mujer le contó ese recuerdo de su infancia: ella bailando en el porche de la casa, sola o con su prima, y los vecinos deteniéndose a aplaudirla tanto que sus padres creyeron conveniente enviarla a una academia.

Pero la cosa es que tuvo una profesora con una pedagogía que no le cuadró. Como enseñaba para niños, pensaba que el juego era más importante que el baile, y entonces los disfrazaba de animales, de hadas, de duendes. Yo adoraba bailar, le dijo la mujer de los ojos bellos, amaba hacerlo tanto como detestaba disfrazarme. Sabía que algo iba a salir mal, que se me caería parte del disfraz, que me tropezaría. Sufría por la vergüenza de lo que no ocurría pero imaginaba, y así mi cuerpo se fue volviendo torpe, dejé la academia y dejé de bailar en el porche de mi casa, dijo y sus ojos conmovieron al sacerdote.

Parecía estar viendo un fantasma, pero no cualquiera sino aquel que la atormentaba. Entones, nos dijo el padrecito, tomé sus manos entre las mías. No era por coquetearla, pero todo contacto de manos tiene algo de erótico y me atrapó su tibieza. Fue algo que nunca me había sucedido antes, porque me llevo bastante bien con el celibato, pero en este caso fue distinto.

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