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Laberintos humanos: Madrugando

Martes, 28 de abril de 2020 01:00

Pese a haber pasado parte de la noche desvelado por los aullidos de los perros de mi cuadra, no me levanté muy tarde. No soy de esos que duermen hasta mediodía, me gusta aprovechar la mañana. Hice las cosas que suelo hacer a esas horas (algún día les hablaré de mis rutinas mañaneras), y decidí abrir la puerta de la casa, ya cansado de ver los cerros por la ventana.

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Pese a haber pasado parte de la noche desvelado por los aullidos de los perros de mi cuadra, no me levanté muy tarde. No soy de esos que duermen hasta mediodía, me gusta aprovechar la mañana. Hice las cosas que suelo hacer a esas horas (algún día les hablaré de mis rutinas mañaneras), y decidí abrir la puerta de la casa, ya cansado de ver los cerros por la ventana.

Era esa hora otoñal en la que los cerros se van dibujando detrás de una neblina blanca que los borra del horizonte. Poco a poco el sol los va formando con esa terquedad de dejarlos idénticos a los que vimos ayer, y entonces retorna algún manchón de su realidad aquí, otro allá, hasta que brotan como el maíz en el surco de una chacra. Pero de atrás de una maceta en la que la vecina del fondo cuida unas flores rosadas, muy bonitas, vi un hocico negro, bigotudo, en una carita marrón.

Era muy parecido al zorro con el que estaba soñando cuando me despertaron los llantos de los perros, y no sé si me asombró más su presencia o la similitud con el sueño. Pero no me dio tiempo a asustarme porque corrió, alzando la cola sedosa y meciéndola contra el borde de la maceta, para meterse dentro de mi casa como si lo hubiera invitado a pasar. Atrevido el zorro, pensé echándole mano a la escoba para ver la forma de espantarlo, pero no sabía dónde se había escondido. ¿Habría sido sólo un pedacito de sueño que se me coló en la realidad del día? Vaya uno a saberlo. No iba a ser la primera vez que me pasaba, aunque fuera la primera vez que un zorro se metía en mi casa.

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