Guerras y niños

Guerras y niños

Guerras y niños

Blanca recordaba la vez que le preguntó a su tía Marca por qué sus flores se llamaban Ungunte, Ibrahim o NgunTchi. Ya me había explicado, dijo, por qué no las llamaba rosa o jazmín, como todo el mundo, pero nunca por qué no les decía Esteban o Marta.

Entonces, como si hubiera esperado por años que le hiciera esa pregunta, se sentó bajo el nogal y empezó a contarme que en el mundo hay muchas guerras. Lo dijo como si eso tuviera alguna relación con mi pregunta, y me explicó que nunca pudo comprender la causa por la que la gente se mata de a millares.

¿Qué puede justificar que se acaben tantas vidas?, le preguntó la tía Marca a aquella Blanquita del recuerdo, y agregó que más inexplicable le resultaba que en esas tantas guerras pudieran morir niños. Eso sí que no lo acepto, le dijo y yo esperaba, dijo Blanca, que llegara el momento en el que me explicara lo de los nombres.

Yo soy de leer los diarios, le explicó. Y cuando leo que comienza en algún lugar una guerra nueva, me detengo a leer qué países son los que pelean. Después busco en una enciclopedia nombres que pudieran ser de los de los niños de esos países, y planto una flor. Planté a Ungunte cuando empezó una guerra en África, y Ibrahim cuando una de los países árabes, NgunTchi cuando la de Vietnam.

Cuando salgo al jardín y veo que tengo tantas flores, le dijo al fin para que la comprendiera, me da una gran tristeza. Cada una de ellas representa a un niño que debe haber muerto en una guerra, y la verdad es que quisiera no tener ninguna flor.

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