Hace varios años a Rodrigo Javier Bonillo, de Libertador General San Martín, la rutina laboral en la empresa que le da nombre a ese departamento como chofer de tractor y máquinas, le cambió progresivamente cuando comenzó a tener problemas de la vista. Con diagnóstico de glaucoma y desprendimiento del nervio óptico, recurrió a varias provincias, incluso a Estados Unidos, pero en 2015 perdió la vista y fue irreversible.
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Hace varios años a Rodrigo Javier Bonillo, de Libertador General San Martín, la rutina laboral en la empresa que le da nombre a ese departamento como chofer de tractor y máquinas, le cambió progresivamente cuando comenzó a tener problemas de la vista. Con diagnóstico de glaucoma y desprendimiento del nervio óptico, recurrió a varias provincias, incluso a Estados Unidos, pero en 2015 perdió la vista y fue irreversible.
Le explicaron finalmente que no podría volver a ver porque se le "desprendió un nervio óptico que va del cerebro al ojo" y fue a raíz del glaucoma que le detectaron y pese a que lo operaron y consultó en Mendoza, Salta, La Plata y de Buenos Aires llegó hasta Miami, Estados Unidos, sin lograr una esperanza.
"Tuve que dejar de trabajar por todo esto, fue un duelo que tuve que pasar con la pérdida de la vista ", explicó recordando que tuvo un complejo lapso en que la preocupación y las presiones en medio de su problema de salud. Posteriormente se percató que pudo haber luchado por quedarse y aprender otras cosas para seguir trabajando pero estaba abatido por el diagnóstico, que lo llevó a un período de duelo.
Luego de alrededor de dos años, desorientado y sin saber a dónde recurrir al no contar en su ciudad con capacitación en este tipo de discapacidad visual, pese a que allí hay varias personas con la misma dificultad.
"Después del duelo del 2017 me empecé a mover, a transitar por capital (San Salvador de Jujuy), a conocer gente. Dios me puso en el camino a gente muy buena que me empezaron a enseñar a manejar la computadora, a escribir en Braille y hacer un poco de música con la quena", recordó. Además, aprendió Braille.
Cuando llegó a esta capital conoció a un profesor, Eduardo Cari, que le enseñó computación y así llegó al programa Unju Prodis de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Jujuy. También valoró a la familia que lo acompañó, sus padres, hermanos, su pareja y tres hijos, con quienes pasaron una etapa muy dura, y aseguró que ya se acostumbraron a su discapacidad. "Yo siempre tenía que salir de Ledesma acompañado, la voluntad de la familia está pero tienen sus ocupaciones, y luego comencé a salir sólo, el profesor Adán Cáseres me empezó a enseñar tanto como otro chico para que pueda llegar a la facultad y transitar a San Salvador", explicó.
Allí también y a pesar de no haber terminado el nivel secundario decidió hacer la nivelación y acceder a una carrera universitaria, y de hecho se inscribió en Licenciatura en Comunicación Social y aspira a comenzar cuando se normalice todo.
"Son cosas de la vida que nos va poniendo Dios para que quienes perdemos la vista o con otra discapacidad no sintamos que no podemos hacer nada", reflexionó Bonillo, actualmente de 40 años.
Desde que perdió la vista en 2015 nunca bajó los brazos y dejó muchos currículums para poder trabajar y ayudar a su familia ya que tiene jubilación por retiro por invalidez.
"Siempre busqué un trabajo digno, me fui adaptando, tenía que ver cómo salir adelante", dijo y buscó capacitarse en computación, y el año pasado logró una pasantía en la heladería Grido de Libertador que lo incluyó.
"En Grido se impresionaron porque hice las cosas normal, reponer, hacer la limpieza, las mesas y ya me están enseñando a servir", dijo satisfecho por la experiencia que le permitió volver a trabajar hasta la cuarentena, aunque no pierde la esperanza que la empresa Ledesma lo vuelva a contratar.
Unju Prodis
Adán Cáceres está al frente del Centro de Recursos Educativos Accesibles de Unju Prodis, que depende de la Secretaría de Extensión Universitaria de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Jujuy (Unju), y es docente no vidente. Rodrigo Javier Bonillo cursa los talleres y aprendió allí varios recursos informáticos, braille y a desenvolverse.
“Hacemos múltiples actividades, uno de ellos es de los talleres preuniversitarios, que consiste en brindar un espacio para personas con discapacidad visual que de alguna manera adquirieron la deficiencia visual, ya sea que quedaron con baja visón o que perdieron la vista”, precisó.
Ese espacio está destinado en principio a estudiantes de la Unju, pero debido a que pertenece a la Secretaría de Extensión Universitaria que está abierta a la comunidad, se abrió a todas las personas que por algún accidente o si nacieron por alguna deficiencia lleguen al espacio para acceder a todas las actividades. Explicó que generalmente llegan con la familia, conversamos con ellos y con la persona en cuestión quienes cuentan la historia por la que perdieron la visión, y suelen llegar anímicamente mal y desorientado.
A partir de allí siempre que haya decisión de la persona, comienzan a trabajar la autoestima, el autoconocimiento, de modo que puedan salir de ese estado. Luego abordan la orientación y movilidad, que es clave para que se aprendan a movilizar y tengan autoconfianza, y para ello también le enseñan la técnica del bastón para poder desenvolverse en su casa como en la vía pública.
También les enseñan el manejo de herramientas tecnológicas y tiflotecnológicas para acceder a la comunicación, con computadoras con lector de pantalla para que puedan leer y escribir en forma autónoma, grabadores digitales, braille y actividades de la vida diaria para cuidados personales y prácticas de la vida cotidiana.