TILCARA (Corresponsal). El calor húmedo, decían, eran las mismas ganas del diablito por salir de entre las piedras del mojón. También decían que el diablito tenía más ganas que nosotros de que empezara la fiesta, todo el año bajo tierra. Después nadie sabe, porque lanzado el carnaval pocos reparan en el clima.
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TILCARA (Corresponsal). El calor húmedo, decían, eran las mismas ganas del diablito por salir de entre las piedras del mojón. También decían que el diablito tenía más ganas que nosotros de que empezara la fiesta, todo el año bajo tierra. Después nadie sabe, porque lanzado el carnaval pocos reparan en el clima.
Y bueno, la cosa es que tras los asados (siempre hay asado, o a lo sumo picante, antes del desentierro), después de los estruendos que arañaban las pocas nubes que quedaban en el cielo, cuando ya los alegres saltaban en torno al mojón enflorado, se oyeron los silbatos de los disfrazados, un niño señaló gritando que ahí vienen, el presidente de la comparsa puso su mano entre las piedras y lo alzó.
Entonces las trompetas, la espuma y el talco, la alegría que tantas veces es angustia contenida, los abrazos de feliz carnaval, la silueta de una mocita que quiere ser feliz, el vecino que perdió el empleo con albahaca en la oreja, la hija del almacenero que ya es policía y dejó el uniforme en la casa, corriendo, para llegar a tiempo al mojón, y hasta el perro que se volvió para ver qué pasaba con tanto jolgorio humano, todos saltamos como niños a la hora de un largo recreo de nueve noches.
Los alegres comenzaron entonces su carrera por las invitaciones mientras las banderas flameaban como en una victoria, en esa en la que el hombre de todos los días derrota a la tristeza. Por las calles de Tilcara ya había comenzado el carnaval.
Y mientras el periodista caminaba sonriente hacia su casa para escribir estas líneas y seleccionar las fotos que usted está viendo, un murmullo como de tablón mezclado con fanfarrias anunciaba a todo el universo que acá abajo ya se había desatado la alegría.
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