El Padrecito organizó la aldea al modo en que lo hacían los jesuitas, de quienes aprendió todo lo que sabía, y allí llegaron Alba, Kerioco y Pedro, que habían visto los horrores de la guerra. Por eso le prestaron oídos, porque el Padrecito, que clamaba por la restauración de la colonia, la invocaba recordando el orden perdido.
inicia sesión o regístrate.
El Padrecito organizó la aldea al modo en que lo hacían los jesuitas, de quienes aprendió todo lo que sabía, y allí llegaron Alba, Kerioco y Pedro, que habían visto los horrores de la guerra. Por eso le prestaron oídos, porque el Padrecito, que clamaba por la restauración de la colonia, la invocaba recordando el orden perdido.
Un recuerdo que no había vivido, porque desde que el rey desterrara a los jesuitas, Juan Bustos fue criado en una choza oculta en la selva bajo la tutela del padre Abelardo, y el mundo que Juan Bustos repetía en sus prédicas era el que había escuchado en las palabras de su maestro. Y cuando Juan Bustos empezó a enseñar y organizar su aldea, fue conocido sólo como el Padrecito.
Pero fuera de esa aldea del valle alto en el que se organizaban para esperar un auxilio superior, las tropas de uno y otro bando se atacaban con más saña aún que aquella que los enfrentó con los realistas. El espanto reinaba en la tierra, y la anarquía había sucedido a la colonia sin poder dar con un orden nuevo.
Alba había llegado allí enamorada de Pedro, el hijo perdido de Macarena y de Carlos. Se habían conocido cuando Pedro atravesó la selva después de abandonar en la costa al mercader inglés que lo criara. Pero a la vez que amaba a ese español crecido a bordo del barco del inglés, las palabras del Padrecito le recordaban su aldea junto al río.
A su aldea no habían llegado aún los españoles, salvo aquel del que prendó su corazón. Y lejos de la paz de su infancia sólo conoció el caos de la guerra.