Apenas amanece, todo es expectativa en Susques, hasta los vecinos más indiferentes preguntan "¿ya empezaron a pasar los autos?". También están los extremos, aquéllos que directamente se oponen al Dakar en nombre de las comunidades aborígenes.
Los niños y jóvenes del lugar son los más entusiastas y también los cientos de visitantes que entre el martes y jueves llegaron hasta la localidad, colmando los pocos hospedajes y restaurantes, comprando todo lo que encuentran a su paso.
El show del rally más extremo del mundo comienza cuando un enjambre de helicópteros llegado de la cordillera empieza a rondar el cielo susqueño.
De las siete naves, cada una en una misión específica, cuatro se asientan sobre el lecho del río que recorre la quebrada de Lapau, al lado de la nueva ruta 40 que en ese tramo une Susques con Coranzulí.
Un cordón de policías trata de que el entusiasta público se acerque a los helicópteros, sin embargo, muchos logran sacarse una foto.
A las nueve y media llega el primer piloto a bordo de una moto: es Juan Pedrero García. El español parece tener problemas con la navegación porque dos técnicos se ponen de inmediato a trabajar en su computadora de a bordo.
Como todo ser humano, el joven motociclista tiene sus necesidades fisiológicas, las que satisface gracias a la hospitalidad de la familia Guzmán, cuya casa está practicamente ante el punto de largada del tramo competitivo.
Es una típica casa de Susques, de adobe, con una hilera de olmos al frente y una cortaderas que contrastan con el pasto bajo, frente al río.
A unos metros está la ruta, los competidores y el público que va y viene buscando una buena ubicación.
Después de Pedrozo García empiezan a llegar uno tras otro los motociclistas, luego los cuatriciclos y más tarde autos y camiones.
El espectáculo motor está lanzado y los responsables de la organización, casi todos franceses, dan continuas indicaciones.
Cuatro de ellos están debajo de una carpa azul con dos computadoras conectadas al resto del mundo y un cronómetro de números gigantes que los pilotos ven al partir hacia el vasto territorio de la puna jujeña.
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Apenas amanece, todo es expectativa en Susques, hasta los vecinos más indiferentes preguntan "¿ya empezaron a pasar los autos?". También están los extremos, aquéllos que directamente se oponen al Dakar en nombre de las comunidades aborígenes.
Los niños y jóvenes del lugar son los más entusiastas y también los cientos de visitantes que entre el martes y jueves llegaron hasta la localidad, colmando los pocos hospedajes y restaurantes, comprando todo lo que encuentran a su paso.
El show del rally más extremo del mundo comienza cuando un enjambre de helicópteros llegado de la cordillera empieza a rondar el cielo susqueño.
De las siete naves, cada una en una misión específica, cuatro se asientan sobre el lecho del río que recorre la quebrada de Lapau, al lado de la nueva ruta 40 que en ese tramo une Susques con Coranzulí.
Un cordón de policías trata de que el entusiasta público se acerque a los helicópteros, sin embargo, muchos logran sacarse una foto.
A las nueve y media llega el primer piloto a bordo de una moto: es Juan Pedrero García. El español parece tener problemas con la navegación porque dos técnicos se ponen de inmediato a trabajar en su computadora de a bordo.
Como todo ser humano, el joven motociclista tiene sus necesidades fisiológicas, las que satisface gracias a la hospitalidad de la familia Guzmán, cuya casa está practicamente ante el punto de largada del tramo competitivo.
Es una típica casa de Susques, de adobe, con una hilera de olmos al frente y una cortaderas que contrastan con el pasto bajo, frente al río.
A unos metros está la ruta, los competidores y el público que va y viene buscando una buena ubicación.
Después de Pedrozo García empiezan a llegar uno tras otro los motociclistas, luego los cuatriciclos y más tarde autos y camiones.
El espectáculo motor está lanzado y los responsables de la organización, casi todos franceses, dan continuas indicaciones.
Cuatro de ellos están debajo de una carpa azul con dos computadoras conectadas al resto del mundo y un cronómetro de números gigantes que los pilotos ven al partir hacia el vasto territorio de la puna jujeña.
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